Tarragona vive en perfecta armonía con el Mediterráneo, un mar al que rinde tributo en todas sus esquinas, que está presente en todos sus momentos. Sus casas y calles forman un entramado que siempre lleva de la tierra al mar o del mar a la tierra. Y esta unión perfecta que los une se puede intuir desde el mirador del Passeig de les Palmeres, al final de la Rambla.
Tarragona es una ciudad para vagar y pasear por ella, que despierta curiosidad y anima a visitarla más de una vez. Se puede recorrer desde su anfiteatro romano, que permite rememorar la ciudad romana, hasta el Pretorio y el circo romano, donde se celebraban las carreras de carros. También merece la pena la calle de la Mercería, por sus soportales góticos e ir caminando hacia el barrio de la Catedral, entre románica y gótica, desde donde también se puede ver el rectorado de la Universidad, de estilo modernista. Bajar por el Carrer Major, una de las calles más alegres de la ciudad, admirar la calle de Cavallers, con sus casas señoriales, o pasear por las murallas romanas que circundan Tarragona son sólo unos pocos de sus atractivos.
En el barrio de El Serrallo, barrio de pescadores, en el puerto, se puede comer un exquisito pescado con romesco, un condimento típico tarraconense hecho a base de ñoras, almendras y avellanas tostadas, salsa que, como decía Josep Pla "completa las virtudes del pescado de primera calidad y mejora aquel que no es tan fino".