A través del cuerpo de un actor (encontrado en la fosa del teatro), las Brujas Fatídicas del páramo dehuesos representarán la tragedia Habitación Macbeth, para el goce, deleite, y catarsis metafísica de nuestra majestad creadora Hécate, vulgarmente conocida como El Público.
El piedrazo en el espejo Erigir un espejo para reflejar alguna circunstancia ficcional y producir así una unidad referencial con los espectadores es una estrategia muy común en la que el teatro suele quedar atrapado; apedrear el espejo en el momento en que esa unidad se ha producido y amenaza cristalizarse no lo es (por eso Shakespeare y Beckett son geniales, no quieren reflejar al mundo sino revelar su condición de lápida).
El piedrazo rompe la promesa unidimensional del reflejo dejando que el espejo revele sus valencias secretas, sus misterios y su profundidad abismal, hasta el punto de volverse pozo ciego, antro que deglute la perspectiva ficcional del frente histórico, para devolver fantasmagorías alucinadas, preñadas de delirios y pasiones que dicen ser nosotros (nos otros). En Macbeth es el espíritu del crimen el que se presenta, atizado por una fuerza sobrenatural (Hécate) que lo reclama y despierta, que lo impele sin réplica, a encarnar y manifestarse, a tomar el poder.
Shakespeare convoca los reflejos infieles que habitan más allá de la conciencia, fuerzas dorsales que viven larvadas en nosotros, rémoras de un crimen social que fundó nuestra perspectiva histórica y no cesa de producirse; somos una sociedad Macbeth, nacida de una voluntad de poder compulsiva, cargada de un imperio que no admite rechazo. Habitación Macbeth es el intento de arrojar junto a Shakespeare un piedrazo en el espejo también en el nivel de las formas de producción, violentando la actuación y exaltando su metáfora: el actor como habitáculo, zona de encarnaciones, estructura de una presencia desparasitada del yo histórico y en disposición de manifestarse, de salir a la luz, de representarse teatralmente. La actuación como fenómeno paranormal, como alcance teatral de esa identidad de estructura donde habita nuestra presencia.
Esa es la apuesta paradojal de esta obra: por un lado señalar, a través de Macbeth y sus circunstancias, cómo la identidad histórica es arrastrada a las compulsiones criminales que rigen al mundo y por otro, hacerlo mediante un procedimiento que reestablezca y exalte las facultades sagradas de nuestra identidad poética, su capacidad de vibración y devenir: a través de un cuerpo habitado, un cuerpo habitación donde sucede la tragedia. P.A.